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  Para Mujeres 17-05-2024 07:28 (UTC)
   
 

 

Cuando el amor se demora

Confiar en Dios cuando lo que Él hace no tiene sentido
 
 

por Erin Gieschen

De las cosas difíciles de entender en la vida, no hay nada más desconcertante que los momentos en que Dios no se hace presente de la manera que pensamos que Él debería. Como se nos enseñó que Él lo haría.

Estoy segura de que mis maestras de la escuela dominical nunca tuvieron la intención de enseñarme un cristianismo de que, "si hago esto, entonces el Señor tendrá que hacer aquello". Pero, por alguna razón, eso fue lo que aprendí por medio de las lecciones.

Después de todo, las historias de la Biblia que contaban las maestras parecían tener siempre un final feliz. El pequeño David se enfrentó a un gigante poderoso, y al final Dios lo hizo el rey terrenal más grande de Israel. Moisés obedeció a Dios, y liberó a los israelitas de la esclavitud para llevarlos a una tierra prometida que manaba leche y miel. Dejando fuera todos los detalles complicados, cada historia parecía muy sencilla y agradable. Servir al Señor significaba que si le obedecíamos, Él haría que todo terminara bien. Así que, por supuesto, le obedeceríamos siempre.

Pero después crecí, y descubrí que la vida rara vez es tan sencilla, y que los finales felices toman a menudo más tiempo para suceder de lo que nos gustaría. No estoy diciendo que no seguía creyendo en que "a los que aman Dios, todas las cosas les ayudan a bien, a los que conforme a su propósito son llamados (Ro 8.28). Pero he aprendido que la vida en este mundo incluye caminos torcidos que tienden a frustrar el camino recto que esperamos transitar. Aunque sigamos a Cristo, experimentaremos prolongados tiempos tortuosos que pondrán a prueba nuestra fe cuando las oraciones sigan sin respuesta y nuestro corazón esté tentado a dudar.

EN ESPERA DE UN SALVADOR

Fue en uno de esos días difíciles, cuando las queridas amigas de Jesús, Marta y María, mandaron a decirle que Lázaro estaba gravemente enfermo (Jn 11.3). Debieron haber experimentado toda la gama de emociones entre el temor y la esperanza mientras secaban la frente de su hermano y esperaban que el Señor llegara, para que todo mejorara.

Lázaro debió haber pensado lo mismo. Todos ellos sabían y habían sido testigos de muchas de las milagrosas sanaciones de Jesús. Con solo un toque, Él hacía caminar a los cojos, y ver a los ciegos. Y con solo una palabra, incluso, había sanado a personas desde lejos (Mt 8.13; 15.28). Nada estaba más allá de su poder.

Sin embargo, a medida que empeoraba su enfermedad, la preocupación de Lázaro debió de ir en aumento. La antigua cultura judía era muy patriarcal, y es probable que sus hermanas dependieran de él como el único varón de su familia inmediata. Si moría, ¿qué pasaría con Marta y María? Y Jesús había decidido no venir. De hecho, se tardó en vez de ir a Betania de inmediato para restablecer la salud de su amigo. Tampoco le envió un mensaje a Lázaro; simplemente dijo: "Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios" (Jn 11.4). Por tanto, para alguien que había conocido la confianza en el amor de Jesús y en su poder, el desconcierto debió haber angustiado a Lázaro a medida que el tiempo se acababa. Debió de haberse preguntado: ¿Nos ama Jesús, en realidad, tanto como nosotros lo amamos a Él? ¿Es Él, realmente, quien pensábamos que era?

EL CAMINO TORTUOSO

Estas preguntas tienden a obsesionarnos en los días de agobio, cuando sentimos que la respuesta a las oraciones están a kilómetros de distancia. Es en momentos como éstos, cuando es importante recordar que no somos los primeros en habernos sentido desconcertados o desalentados como seguidores de Cristo. "Yo había pensado que ser cristiano era cosa fácil", escribió el teólogo Samuel Rutherford hace casi tres siglos. "Pero, ay, los zigzagueos, las curvas, los altibajos por los que Dios me ha llevado".

Las luchas de una vida sometida a Dios están retratadas claramente en la Biblia, pero por alguna razón esta realidad no siempre se enseña en la escuela dominical. Por tanto, nos sorprende la primera vez que la vida nos arruina la visión que teníamos de la vida cristiana. Sin embargo, cuanto más caminamos con el Señor, más descubrimos que el camino que lleva a la "promesa" rara vez es derecho. Y que, cuando se trata de hacer las cosas en nuestro tiempo, Dios parece a menudo demorarse.

Pensemos en David, por ejemplo. De haber sido yo un pastor de ovejas, elegido y ungido como rey de Israel por el profeta de Dios, hubiera hecho las maletas de inmediato y mandado a hacer mi corona. Pero, en realidad, David siguió cuidando su rebaño y esperando la dirección de Dios. Transcurrirían muchos años antes de que el pastor tomara el trono. Y la ruta hacia el palacio incluiría esconderse en cuevas como un fugitivo, un tiempo en el que David aprendió realmente las habilidades del sólido liderazgo por las que fue conocido más tarde. Luego está la historia de Moisés. Yo estoy segura de que él, como príncipe egipcio, jamás pensó que el estar exiliado cuarenta años en un desierto sería necesario para hacer de él el hombre que Dios usaría para sacar a los israelitas de la esclavitud.

Al pensar en quienes nos han precedido, no debiéramos estar sorprendidos por el duro terreno y por los obstáculos que encontramos en nuestra peregrinación. Si bien no podemos entender el porqué el Señor nos permite pasar por el fuego y las muchas aguas, es importante recordar que su intención es convertir esas dificultades en bien para nuestras vidas y para su gloria. Estas aparentes imposibilidades pueden ser para nosotros el comienzo de una mayor revelación de Dios.

CREER O NO CREER

Cuando por fin Jesús llegó a Betania, Lázaro había estado muerto durante cuatro días. Cuatro días de desolación por una esperanza que se había desvanecido. Pero cuando Marta se enteró de que Jesús venía por el camino salió corriendo a su encuentro. "Señor", le dijo, "si hubiese estado aquí, mi hermano no habría muerto. Más también sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará" (Jn 11.21, 22).

¡Qué declaración tan admirable de fe! En medio de su gran dolor y de su tristeza, le entrega a Él la pluma y le pide que escriba el resto de la historia. "Esto era lo que yo hubiera querido", parece decir, "pero que se haga tu voluntad". ¡Qué hermoso modelo para oración —y para la vida!

La respuesta que le da Jesús, es nada menos que la revelación que cambió la historia: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá (11.25). Luego le hace una pregunta crucial: "¿Crees esto? (v. 26). Es como si estuviera preguntándole: "¿Crees que no hay vida más allá de lo que ves ahora? ¿Crees que puedo vencer la muerte? ¿Lo crees, Marta?"

Esta es la pregunta crucial que todos debemos responder cuanto estemos ante lo imposible. ¿Creeremos en Él, o dejaremos que la niebla del dolor haga desaparecer nuestra conciencia de la presencia de Dios en nuestras vidas? ¿Confiaremos en Él, pase lo que pase, o nos rendiremos ante la desilusión y la duda? ¿Elegiremos tener fe en Dios, antes que en los resultados?

Nada de lo que se diga sobre la importancia de esta pregunta será suficiente, porque de la profundidad de nuestra relación con el Señor dependerá la respuesta que demos. Hasta que permitamos que Dios sea Dios, actuaremos como si Él fuera nuestro sirviente, por lo que sufriremos las consecuencias de ese error. Si no entregamos al Señor nuestras ideas, planes y deseos, nunca veremos a Cristo tal como Él es en realidad, ni le experimentaremos de manera personal como nuestra resurrección y nuestra vida.

Mientras estuvo frente a Jesús, la fe de Marta fue grande, al igual que su afirmación: "Sí, Señor, yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios" (11.27). Pero la realidad de la tumba de su hermano debilitó su disposición de obedecer a su petición de que la piedra fuera removida. Jesús le recordó: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (11.40).

Esas palabras han resonado en mi corazón en los últimos años. Todavía hay una tumba en mi vida que el Señor ha preferido no abrir. Pero, para poder ver su gloria, tengo que confiar en que Él puede hacer algo nuevo de lo que está muerto y enterrado. Aunque puedo entristecerme por lo que hubo antes, si quiero experimentar todo lo que Dios tiene para mí, tengo que poner mi mano en la suya y marchar hacia delante, en vez de mirar continuamente hacia atrás.

La disposición de Marta de confiar produjo un milagro asombroso. Lázaro salió de su tumba en un momento tan glorioso, que eso anunciaba la victoria de Jesús sobre la muerte —su propia resurrección tres días después de haber sido crucificado.

Cuando decidimos confiar en nuestro Señor, descubrimos al final que Él estuvo ocupado haciendo que todas las cosas ayudaran para nuestro bien. Si confiamos en Él, en su bondad y en su amor inalterables, veremos su gloria de maneras que no habríamos visto de otra forma.


 
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